Thursday, April 30, 2009

Niños. Ficción

No olviden que la ficción no es rival para la realidad:




Voló. La pelota salió de la escuela, pidió permiso para atravesar esa enorme puerta negra. Ya del otro lado observó cómo un carro se detuvo, bajó un señor y lo saludó.

Él, sin saber qué hacer, simplemente corrió hacia su regalo, con el que todo su grupo estuvo jugando, hasta este momento, cuando sintió un jalón, un golpe, más dolor; la bola con la cara de Mickey quedó sin dueño.

El director vio su reloj, como el que les había dado a los niños, apenas hace unas horas. Cruzó el umbral de la escuela y en la calle contempló a un Mickey solitario; al instante reconoció el presente y entró para llamar desde su oficina a la policía. Algo había sucedido.

Los infantes se arremolinaron en derredor y lo vieron con signos de interrogación en las miradas; de repente, un crío comenzó a llorar, posiblemente porque supo que ya no volvería a hablar con su mejor amigo, o quizá porque le dolía la panza. El director supuso que sería lo último; grave error.

Al llegar a casa, el pequeño que logró darse cuenta de la gravedad de la situación contó todo a sus padres, quienes incrédulos llamaron a otros padres, quienes, a su vez, marcaron más números. A las cinco de la tarde la escuela estaba llena con adultos discutiendo.

El niño que narró la historia a sus papás entró al salón donde los ruidos y las mentadas subían de tono; los mayores lo vieron y le dijeron que saliera, el infante obedeció y salió, pero no sólo del cuarto, sino de la escuela.

Después de una hora los quince padres se dieron cuenta de que sus hijos no estaban, así que salieron corriendo a buscarlos, mas no encontraron a ni uno. Entre gritos y sollozos se acusaron mutuamente. Un adulto calló a los demás y sugirió ir a sus casas para rectificar que los "escuincles no estuvieran jugando con sus computadoras".

Sin saber si ahí lo encontrarían, los progenitores del crío que siempre supo del desastre que se avecinaba abrieron la puerta y no atisbaron a su hijo; la señora lloró, el señor quedó de pie ante su hogar y contestó el teléfono cuando éste sonó.

Del otro lado de la línea se encontró con la voz de su hijo, quien le dijo la verdad: él y sus amigos no fueron raptados, sólo estuvieron conviviendo con los niños del hospital, para hacerlos feliz en este día, que sentía mucho que todos los adultos hubieran sufrido, pero que en vez de discutir hubiera sido mejor que se unieran para tener mayores posibilidades de encontrarlos, al fin y al cabo la clínica está a cuatro cuadras de la escuela. Ah, que había llorado porque se imaginó la soledad de los niños enfermos y por eso se le ocurrió hacerles compañía; aunque sentía que algo faltaba, pero no sabía qué.


El señor sintió ira, rencor, alegría y tristeza; su peque tenía razón, por qué no pudieron darse a entender él y los demás padres de familia, que pena. Llamó a los demás adultos, les narró la historia, mas sólo una señora no respondió con un dejo de alegría: su Leyki sí había sido raptado, ¿qué no se acordaba del auto, de la pelota de Mickey?

Esa madre había hablado con el director y éste le dijo que no, que de él si ni sus luces, que mejor fuera a la policía, que ella sí estaba chingada, que a él ni lo metiera. Aquí es relevante decir qué pasó después de que el director corrió hacia el teléfono de su oficina, después de la mirada llena de interrogantes de los infantes.

Kuali o Director corrió hacia su estudio, llamó a la central de seguridad pública, contestó una señora, quien le pasó al comandante Navebajo, quien le espetó, textualmente: "¡No me joda! ¿Ese chamaco era pendejo, lelo o algo? ¿Cómo que salió? ¿Por qué? ¿Qué usted le dio permiso? Entonces el pendejo es usted. Yo no puedo hacer nada. Imbécil, ¿qué insinúa? ¿Qué ruido? Ah, es que una puta me anda haciendo un trabajito (risa, risa y carcajada) Ajá, ajá, sabe qué, muérase idiota". Y la comunicación se cortó.

Pero después del idiota y antes de colgar, Navebajo soltó: "Si me sigue jodiendo y si hace alboroto, usted va a conocer mis bolas y después al diablo, ¿entendió? ¡No lo oí! ¡Dígalo! Bien, bien, ahora deje de chingar señor director".

Con esa conversación Kuali entendió, ese crío no iba a regresar. Lástima por la madre, aunque quizá él podría reconfortarla. Así que le habló, pero ella no entendió. Pobre mujer, la que le esperaba en la policía, donde de seguro estaba su hijo, sólo que no en calidad de detenido, o al menos no en "esa" calidad de detenido, sino en "otra", a los pies del superior.

Y por si fuera poco, pensó el director, hoy, que acaba el periodo de esta legislatura no se discutió ninguna ley referente a los derechos de los infantes, qué país, qué políticos, qué ley y cuál orden. Para calmarse, Kuali marcó otro número, una voz joven dijo: "Sí, sí tenemos menores de dieciocho, ¿a qué hora viene? ¿La de siempre? Bien, no olvide el cambio".


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