Wednesday, April 8, 2009

Descubrimiento asesino

Enciende. El foco ilumina la habitación y sorprende al espanto dentro del humano. Éste no desea ver, pero sigue con los ojos abiertos, las manos en el objeto aterrador y el líquido que escurre por sus dedos hasta el suelo.

La mirada se desvía por un momento; el piso, antes de color blanco, adquiere un color rojizo, que se combina con aquel tono amarillo, casi transparente, que tiene origen en la reacción de una parte de la persona que contempla todo el espectáculo.

La desnudez del ser es un alivio; por ello no se mancha. Pero aquel cuerpo, aquel ente inerte sí que está mancillado; casi no es posible reconocer su nombre, su origen y mucho menos se sabe el motivo por el cual está ahí, en ese baño, en esa posición, en este instante, aquí, cuando el que observa entra y lo descubre.

Apaga. La luz deja de existir; el dedo toca el interruptor, antes de que la persona caiga de bruces; el asesino no se ha ido; sólo espera el momento, instante que ya acontece, tiempo cuando descarga un golpe al cerebro del que acaba de mirar a la figura sin sentido, al humano sin proporción, al pariente lleno de golpes que lo deforman.

Una risa aparece. Alguien acaba de entrar a la casa y el criminal se esconde. Va a seguir...

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