Allá, allá.
Él observa y ahí está. Ella, la que quiere, la que desea, la que está a punto de saltar y de no exactamente caer en sus brazos.
El espacio de esta cuadra a la otra parece grande; ella ya vuela y lo ve a él, ve su mirada, su correr, su angustia y sobre todo recuerda aquel día.
Son las ocho de la noche y todavía no llega. Lo ve bajar de un auto extraño, una mujer lo agarra del brazo y hace que regrese a su carro: arranca.
Ella, la que sabe que son las ocho de la noche, comienza a llorar; es peor porque cuatro parejas que están a la espera de una mesa en ese restaurante súper especial ven toda la escena: le duele la indiferencia de él y lo que es peor le arde el orgullo; salir a la calle nunca va a ser igual.
Aquél prefiere a otra que a ella.
Con la mirada viendo el piso sale del lugar y ahora está aquí... en el piso, con la mitad del cerebro descubierto.
Cae, él llega, llora, la abraza. Ella ya no responde.
La hipocresía termina.
Y dos cuadras adelante de ellos un señor está a punto de volar y luego descender y atrás de ellos una señora corre...
Wednesday, April 15, 2009
Saltos
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